Sunday, November 4, 2012

SOCIEDAD - Soderos que van puerta por puerta y hacen de psicólogos de los clientes - ARGENTINA

 

Comen asado, escuchan confidencias y hasta saben de las infidelidades de sus clientes. Dicen que cuando les tienen confianza, no los cambian ni aunque otros les bajen los precios. A mejores vínculos, más ventas, afirman.
 
Expertos. De izquierda a derecha, Ariel Aibar y Claudio Fiori, ambos de más de 15 años de profesión como repartidores de agua y soda./JUAN JOSE TRAVERSO
Expertos. De izquierda a derecha, Ariel Aibar y Claudio Fiori, ambos de más de 15 años de profesión como repartidores de agua y soda./JUAN JOSE TRAVERSO
04/11/12
Fue hace poco, un mediodía. César Darritchon regresaba a la fábrica cuando cruzó a uno de sus repartidores: era el de la zona de Versalles. Estaba en la puerta de un súper chino, sentado en una silla de plástico. El chino Juan le servía unas tiras de asado en una mesa improvisada en la vereda, pegada a la parrillita. El camión y los sifones descansaban en la calle. Cuando terminó el reparto, Ariel Aibar se acercó a la oficina. “Me pidió disculpas por lo del chino. Le dije que me encantaba que mis repartidores tuvieran esa relación con el cliente. Más que un producto, vendemos un servicio”, recuerda Darritchon, gerente general de El Jumillano. Cuando el chino tiene ganas de hacer asado lo llama a Ariel, le pregunta en qué parte del barrio está, y lo invita.
Se estima que quedan 4.000 soderos . Soderos significa fábricas formales y emprendimientos personales.
Hay que sumar a los repartidores que tiene cada una y a las relaciones que se generaron, como la de Ariel y el chino Juan. Una buena fábrica puede tener un promedio de 1.250 clientes para cada repartidor por semana.
Es el único servicio que se vende puerta a puerta.
A pesar de la inseguridad, la tecnología y las nuevas costumbres.
Claudio Fiori lleva 15 años en el rubro. Su zona es Villa del Parque. Por este trabajo donó sangre para un cliente, otro le ofreció su casa en Brasil para las vacaciones, y otra se le puso a llorar durante media hora porque su pareja había suspendido el casamiento por mensaje de texto. “Te encontrás con gente que quiere hablar; a veces llegás y el cliente está mal. Muchos nos ven más a nosotros que a sus familiares. Somos psicólogos”, dice.
Los soderos saben todo del barrio y de las casas a las que entran.
Consciente, o inconscientemente. Les pasó de llegar y encontrarse con que la señora de la casa estaba con un amante. O con maridos que le cuentan que engañan a sus mujeres. Mujeres que los repartidores también conocen. Ellos sostienen que “ los soderos no tienen memoria” ; dejan la soda y se olvidan de lo que vieron o escucharon.
“Es muy importante la ‘charla’ que se da con el cliente más allá de la compra; eso estrecha la relación y la confianza ”, dice Darritchon. “No lo vemos como una pérdida de tiempo. Son dos minutos en los que se recuerda algo que ocurrió en la última visita. Los vendedores más exitosos son lo que desarrollan este vínculo y hacen muy difícil que los clientes los cambien”.
Cuentan que en el centro de San Justo los jubilados compiten para tener en sus casas almorzando al sodero de la zona.
En algunos barrios de Capital, son los únicos que tienen la entrada permitida cuando no están los dueños. Los hacen pasar los porteros. Si hay un robo se sospecha de cualquiera pero nunca de ellos. “Hasta ahora ninguno de nosotros se mandó alguna macana. Pero creo que uno no podría ensuciar al resto. La gente nos conoce hace años y confía”, dice Ariel Aibar, el amigo del chino. Lleva 16 años de sodero. Es el único tipo del mundo que se da el gusto de comer asados cocinados y pagados por un chino. Y es de Independiente. Un lunes, tras el clásico de Avellaneda, un cliente lo esperó envuelto en una sábana que decía que era “el fantasma de la B”. “Llegué a estar hasta media hora hablando con un cliente. Alguno me dijo ‘te quiero como a un hijo’, y me regaló $ 100 de propina. Es muy loco. Otros les ofrecen pruebas gratis y mejor precio, pero mis clientes me siguen eligiendo. Cuando me voy de vacaciones me compran por esas tres semanas”, asegura. Diciembre es el mes preferido de los soderos. Temporada, las ventas aumentan y buena parte de sus sueldos es por lo recaudado. Y además, la época de los regalos: sidras, pan dulce, turrones...
Siete y media de un viernes en Ciudadela. Claudio y Ariel descargaron sus camiones y hablan con Clarín . Sus colegas los cargan. Los soderos tienen caras parecidas. Hace más de diez horas que trabajan. Afuera está la calle. Así define Aibar su profesión: “No es para cualquiera; tenés que amar la calle. Podés tener una cartera de clientes, una responsabilidad, pero el horario lo manejás vos. Los soderos somos libres”.

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